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Los espacios políticos

Existe lo que podríamos denominar una vertiente espacial en la historia de la política. Más concretamente, la historia de la democracia está estrechamente relacionada con determinados espacios urbanos. La democracia griega, por ejemplo, no sólo nació en la polis, sino en algunos espacios específicos de la misma que permitían que grandes multitudes se reunieran, escucharan y deliberaran. El ágora significaba literalmente «lugar de encuentro». A pesar del papel abrumador que se atribuye actualmente al ciberespacio y a sus fenómenos conexos (como las noticias falsas y la política de la postverdad), la esfera virtual sigue alimentando en gran medida los acontecimientos que tienen lugar en el espacio material. Movimientos como la Primavera Árabe, Black Lives Matter o, para el caso, el asalto al Capitolio estadounidense, tuvieron primero que ocupar las calles antes de poder hacerse virales. Algunos espacios son políticos por su propio diseño, como los parlamentos, los tribunales, los centros de votación y los lugares de poder en general. Esto corresponde a lo que Henri Lefebvre denominó las «representaciones del espacio»: el espacio conceptualizado e imaginado por los urbanistas y diseñadores, cuyo error típico consiste a menudo en confundir lo concebido y lo vivido. Otros espacios, en cambio, se convierten en políticos por el uso que los agentes sociales hacen de ellos. Se trata de los espaces de représentation, es decir, los espacios que son vividos por sus usuarios a través de imágenes y símbolos. Esta sección del proyecto trata de la producción del espacio político. Por tautológico que pueda parecer, los espacios políticos son producidos socialmente por el uso político que la gente hace de ellos. Los «lugares de la democracia» son, por tanto, espacios de muy diversa índole en los que tienen lugar la participación, la representación y la contestación política de una sociedad. Por ello están impregnados de significados concretos.

En algunos momentos de la historia moderna, la ocupación física y la reapropiación simbólica de espacios urbanos clave se ha convertido en una prueba decisiva para la democratización de las sociedades sometidas a un rápido cambio político. Este fue el caso, por ejemplo, de los movimientos sociales que salieron a la calle y se apoderaron durante un largo periodo de tiempo de algunas plazas centrales en varias capitales del mundo, desde Tiananmen (Pekín) en 1989 hasta Taksim (Estambul) en 2013. Estas luchas por la democratización reflejan un tipo de actuación política que podría describirse como «agonística» (Mouffe), ya que revelan los componentes competitivos, adversarios y conflictivos de lo político, no sólo los consensuales. En contra de la creencia de Lefebvre en la experiencia pasiva de los espacios diseñados o concebidos («un espacio que la imaginación busca cambiar y apropiarse»; La production de l’espace, 1984) el hecho es que al utilizar los espacios diseñados por los urbanistas y las autoridades públicas, la gente se los reapropia y los convierte en espacios vividos con nuevos sentidos simbólicos y prácticos. Las posibilidades que ofrece cada tipo de espacio para su apropiación material y simbólica es algo que hay que tener en cuenta